Los labios que tantas veces besaron su sombra
Lo nombran cada vez al llegar la aurora.
Que yace enceguecido, pero latente en sus entrañas,
De aquel, su cuerpo ardiente y adormecido.
Que yace ahí, varada en las redes del olvido,
En espera de silencio imaginando su llegada.
Quien seco sus lágrimas perdidas en el ocaso,
Dejándolas cautivas en los pliegues del regazo.
Que no sea la luna que acaricien las manos,
Sino aquel su cuerpo, esperado con los años.
Le embriagara con el aroma de su cuerpo,
Envolviéndola en torbellinos de pasión.
Es su cuerpo el que la envuelve cada día,
Dejando en el pasado la espera y la triste agonía.